No sé si hay algo que
no se haya dicho ya de este magnético personaje, pero en la siguiente entrada
vamos a intentarlo.
Recientemente he
tenido la oportunidad de leer la biografía que ha elaborado tan
concienzudamente Sylvie Simmons, y ha sido un completo reenganche.
Sinceramente, no pensé que me iba a encontrar todo lo que me he encontrado.
Es un libro altamente
recomendable. En general, cuando una biografía está bien llevada o el personaje
es interesante, es un estilo muy fácil y ameno. Si encima el personaje ya te
emocionaba antes de empezar a leerlo, disfrutas con el libro mucho más al estar
felizmente sugestionado desde el principio.
Entiendo que haya
muchos escépticos que consideren que, estando familiarizados con la imagen
externa que se proyecta de Leonard en las últimas décadas de hombre
aparentemente tranquilo, piensen que su historia no les va a resultar
atractiva. No pueden estar más equivocados.
Este señor tan
sosegado y contemplativo ahora, ha tenido su historia, como la de cualquier
otro artista apasionado con su obra.
Lógicamente, los que
si pueden abstenerse de sumergirse en esta vida son todos aquellos a los que su
música, su poesía, su sola presencia, y en resumen su arte, no les haya
cautivado.
Si sois capaces de
escuchar la música de Leonard Cohen y no vibrar de emoción por dentro ¿qué
puedo deciros? Salvo que no es la miel para la boca del asno. Y no es esnobismo,
es la pura verdad.
Por otro lado, igual
la lectura de este libro es el empujoncito que os viene haciendo falta para terminar
de derribar todas las barreras y conseguir al final conectar y descubrir la
profundidad que hay detrás de todo lo que hace y el sentimiento que es capaz de
producir.
En cualquier caso, no
os rindáis. Os animo a que lo toméis en serio y sigáis intentándolo. Al final
os tocará la fibra.
Hay veces que nuestra
alma no está preparada para ciertas cosas que después, al cabo del tiempo, de
repente un día nos llegan sin más.
No perdáis la
esperanza, acabareis descubriendo la grandeza de este judío-budista-canadiense,
buscador incansable de sabiduría y hacedor de pura poesía.
Retomando el tema del
libro que nos ocupa, la estupenda biografía firmada por Sylvie Simmons está
dotada de esa sensación de amistad y buen ambiente entre retratista y
retratado. Unas páginas ideales donde perderse.
Tal vez pueda deberse
a su profunda experiencia con este tipo de escritos, -ya realizó otras memorias
“musicales” de artistas como Neil Young o Serge Gainsbourg, además de haberse
dedicado con éxito a la crítica musical y conocer muy bien ese mundo, llegando
a conectar bien con el artista-. O simplemente se deba a su profesionalidad. Aunque también podemos pensar que algo hay que
achacarle a su condición femenina. En cualquier caso, el libro está imbuido de
una enorme sensibilidad y una estrecha conexión con el protagonista.
Por todos es sabido
que al público femenino siempre nos ha costado menos entrar en conexión con el
universo de Leonard. Supongo que se deberá a ese don innato que tiene para
desplegar su magnetismo, el cual utiliza, supuestamente, sin quererlo ni
buscarlo, dentro de su atractiva sencillez.
Aunque tengo mis
dudas sobre este punto en concreto de su conocida humildad. Ya que como él
mismo ha contado en ocasiones, empezó a escribir poesía para poder ligar con
las chicas.
Como explica en el
libro, en su época los poetas eran lo que los rockeros vinieron a ser después,
los que tenían siempre un círculo de groupies alrededor. Y con estas mismas
intenciones agarró la guitarra por primera vez, -nada que ver con el motivo que
nos da sobre como su vida de escritor le llevó a tener que grabar su primer
disco, con la simple intención de tener un poco de dinero para sobrevivir mientras seguía escribiendo-.
No sabremos nunca si
esto de la búsqueda de mujeres en su época de estudiantes fue de verdad lo que
le impulsó en un primer momento para convertirse en lo que es, o es la historia
que cuenta como parte de su gracia social, pero yo si le puedo imaginar en esos
años, en el campus, como a un encantador de fieras jovencitas.
De hecho, él mismo
nos cuenta como de joven había practicado el hipnotismo.
Igual lo que pasó
después fue que llegó a perfeccionarlo y nos tiene a todos bajo su embrujo. De
haber sido así, tampoco me importaría demasiado. Yo soy feliz dentro de esta
ensoñación colectiva que él provoca.
No quisiera, por otro
lado, hacer creer que esta biografía es tan solo un canto a las virtudes del
artista que nos presenta. Nada más lejos. Porque para que un libro biográfico
sea realmente auténtico debe desnudarnos al personaje, desvelarnos lo bueno y
lo malo, el ser humano en todos sus aspectos y contrariedades.
La escritora ha
sabido plasmar lo que es la esencia de este poeta y cantautor, que siempre se
ha sentido más cómodo siendo tratado de escritor sin más, y servírnosla con una
buena presentación.
Si hablamos de las
contradicciones de Leonard, lo que más me ha llamado la atención de su
personalidad han sido sus reparos y su eterna huída –porque es una huída
continua- del compromiso necesario para mantener una relación de pareja, sobre
todo, del matrimonio y de la monogamia.
Es un ser humano
tremendamente constante. Capaz de comprometerse en cuerpo y alma con otras cosas
hasta un nivel casi de asceta, –como los cinco años que pasó meditando en el
monasterio de Mount Baldy con su querido maestro zen, Roshi, su temporada en la
India escuchando las enseñanzas de Ramesh S. Balsekar, o las épocas en las que
abrazaba el ayuno como una forma de sentirse vivo y conectado con el mundo,
según explica-, pero lo de un amor para toda la vida… es algo que no ha
conseguido dominar del todo.
Tampoco dominó al
principio el compromiso familiar al que se vio empujado y perdido durante un
tiempo al ser padre por primera vez. No llevó nada bien lo de encontrarse
finalmente sujeto por unos lazos irrompibles con otros seres humanos.
Afortunadamente, con el tiempo fue capaz de asumir la paternidad con uñas y
dientes y hacer auténticas locuras en ocasiones por estar cerca de sus hijos,
en épocas en las que la madre de los niños no se lo puso fácil.
El tema de las
mujeres siempre ha sido otro cantar para él. La lucha más dura que ha tenido
que librar es la de intentar hacer compatibles el hecho de estar con la mujer
amada en cada momento con el de no renunciar nunca a su libertad. Algo que expresó muy bien en una de sus canciones más conocidas, Bird on the wire, y una de mis favoritas.
En este camino, destacan en toda la historia el nombre de dos mujeres.
La primera con la que
nos paramos –durante ocho años- es Marianne (la de la canción), con la que
compartiría sus primeros años en el mundo literario, sus primeras canciones,
sus largas estancias en la casita que decidió comprar en la isla de Hidra
cuando aún era un joven y prometedor escritor que empezaba a despegar, y donde
se ocupaba el tiempo en escribir y vivir la vida como llegase.
Sin duda, Marianne se
nos presenta en el libro como la compañera que mejor le supo entender, durante
todas sus idas y venidas en los años que pasaron juntos.
La otra sería la
madre de sus hijos, Suzanne (no confundir con la de la canción que era otra,
aunque a ésta también le dedicase perlas en algún que otro verso). La muchacha
a la que conocería por casualidad un día en un curso de la escuela de la
Cienciología, diecisiete años más joven, y quien conseguiría, a lo largo de
diez años, darle dos hijos y bajarle así un poco los pies a la tierra, aunque
no por mucho tiempo. También sería la responsable de que Marianne se alejara de
él definitivamente.
Por lo demás, la
lista de encuentros y desencuentros, amoríos y relaciones se amplía durante
varias décadas, algunas más constructivas y creativas y otras más dañinas. Pero
hay una cosa que todas las mujeres de Leonard tienen en común, que con el paso
de los años ha logrado llevarse bien con todas, o al menos en el libro ninguna
tiene en estos años una palabra de reproche hacia él y coinciden en que en el
fondo hay que quererlo porque realmente es un encanto.
Incluso Suzanne, que
podría ser una de las que más sufrió con su relación, nos cuenta como, años
después de haberse separado por las malas, volvió a descubrir en él las
cualidades que habían hecho que se enamorase, al verle durante varios meses al
pie de la cama de su hijo, quien estuvo a punto de morir a causa de un
accidente, leyéndole pasajes de la Biblia hasta que despertó.
Tampoco todo
fueron rosas con las mujeres. Hubo algunas que se le resistieron, como la mismísima Nico, a la que estuvo cortejando durante tiempo en una de sus largas estancias en Nueva York. Pero lo único que consiguió recibir de ella fue una bofetada. Resulta increíble pensar que Nico mantuviese una relación con Bob Dylan y con Lou Reed y sin embargo fuera capaz de resistirse a los encantos de nuestro judío favorito.
Pero sin duda el desencuentro más duro de su vida con una mujer sería el que tuvo que recibir hace solo unos años. Quién podría decirle a Leonard que tendría que sufrir el golpe más duro de su carrera de manos de una
de sus más allegadas féminas, una de sus personas de mayor confianza, su
agente, asesora, amiga, casi de la familia, Kelley Lynch. La mujer que durante
años trabajó con él codo con codo y que durante años estuvo a su lado planeando
el mayor desfalco fiscal jamás cometido contra un músico, dejándole a sus setenta
años totalmente arruinado.
Aunque no hay mal que
por bien no venga. Esta situación obligó a Cohen a tener que salir de gira y
dar conciertos de nuevo y así algunos de nosotros hemos podido disfrutar de su
presencia en directo.
La moraleja feliz de
esta historia nos la cuentan en el libro, al final en estos años Leonard ha
conseguido recuperar bastante de lo que perdió mientras que su estafadora se
arruinó debido a sus jugadas. Además, el hecho de no tener más remedio que
volver a subirse a los escenarios a su edad le hizo obtener algo más
importante. Parece ser que a los setenta ha conseguido por fin sentirse cómodo
frente al público.
Nos cuentan que a
Leonard siempre le angustió lo de tener que cantar para un público grande. De
hecho, la primera vez que tuvo que hacerlo fue de la mano de Judy Collins,
cantante de la época y trampolín para jóvenes compositores, quien le invitó a
subir con ella al escenario para interpretar uno de los temas que Leonard le
había cedido. A mitad de canción tuvo que salir huyendo de ahí, pero después
volvió y termino la interpretación, no sin tener que escapar y volver una vez
más.
Su incomodidad ante
los grandes conciertos fue también uno de los motivos que le llevaron a tomar
determinadas sustancias para encontrarse más a gusto (a parte del motivo
principal que era la época en la que vivían, los 60’s, y de su profunda
angustia vital, que solía convertirse en depresiva en algunas ocasiones).
Un buen ejemplo de
esto es su famosísima actuación en el festival de la Isla de Wight, celebrado
en el verano de 1970. Un festival organizado para competir con el que tendría
lugar en Woodstock, superándole en el número de asistentes, y donde al final se
acabó librando una auténtica batalla campal entre la organización, el pùblico, la
comunidad y las autoridades locales, ya que en esta tercera edición se desbordó
por completo las previsiones de la organización y los habitantes de la isla se
oponían a su celebración.
Las autoridades no
podían garantizar la seguridad del festival y en la isla hubo saqueos,
trifulcas y asaltos a comercios.
El número previsto
era de unas 50.000 personas y se congregaron allí más de 600.000. Tras esta
edición, no se volvería a celebrar.
El broche a cinco
días de música y desenfreno iba a ser echado el domingo por Leonard Cohen y la
audiencia no sabía lo que estaba a punto de presenciar.
El ambiente no era el
más propicio ni adecuado para su música. De hecho, el día antes Kris
Kristofferson, que presentaba su primer disco, tuvo que salir del escenario sin
acabar la actuación cuando empezaron a lanzarle botellas y demás objetos igual
de peligrosos, Joni Mitchell tuvo que interrumpir la suya para pedir a la
audiencia, entre sollozos, un poco de respeto para los artistas, se prendió
fuego al escenario mientras actuaban los Doors, etc.
Todo esto, daría
material al director Murray Lerner para montar el documental A Message to Love, que recoge las
actuaciones de los artistas allí congregados y las locuras que acontecieron
durante esos días.
Pero el último día,
como hemos dicho, la última actuación del festival corrió a cargo de Leonard
Cohen. Y entonces ocurrió lo impensable. Este mismo público descontrolado se
quedó clavado en su sitio contemplando en silencio la actuación del artista,
obnubilados por su música.
¿Pudo ser tal vez uno
de sus trucos de hipnotismo lo que ocurrió esa noche de festival? Es muy
posible. El caso es que fue algo excepcional.
Desde que Leonard
empieza a pronunciar las primeras palabras, la historia de cuando su padre le
llevó al circo de pequeño y lo que más le impactó fue ver a todo el público
encender cerillas en la oscuridad, y pide al público esa noche que enciendan
cerillas por él, ahí ya no se escucha más que el respirar profundo de la
audiencia y los aplausos entre canción y canción. Un momento mágico. Una
comunión espiritual antes del fin de una época.
La actuación es
única, como la imagen con la que se presentó Leonard al escenario. Además de ir
ayudado de cierta sustancia a la que solía recurrir en aquellos años para soportar
mejor su angustia, y que también pudo contribuir en gran medida a que su
intervención le llegase plenamente al público.
Así pues, los años
pasaron, las giras se sucedieron, en ocasiones de manera extenuante, y Leonard
siguió sin sentirse cómodo con esas experiencias. Hasta que, llegado a la plena
madurez, consiguió encontrar el equilibrio y empezar por fin a sentirse bien
sobre las tablas.
Eso se ha notado en
sus últimas giras. Para prueba tenemos el concierto de Londres de 2009, que se
grabó y distribuyó por ser su vuelta a los escenarios, aunque aquí aún se le
puede notar un poco preocupado debido a su extremo perfeccionismo. Afortunadamente, todo este temor e inseguridad
por tener que volver a actuar a su edad después de tantos años, se fue
sacudiendo por el camino como el polvo de los zapatos según la gira iba
avanzando y se iban confirmando nuevos conciertos, hasta que por fin, en las
actuaciones que dio en 2012 le pudimos ver más fresco que una lechuga.
Todos esperamos que
este espíritu transmisor de sensaciones llegue hasta más de los 100 años por lo
menos –como su maestro Roshi-, y que podamos seguir disfrutando de él por mucho
tiempo, porque ¿qué podría ser del mundo sin Leonard Cohen?
En cualquier caso,
siempre podremos disfrutar con sus discos y sus libros. Y con esto acabaré
haciendo una recomendación. Si tras leer esta soberbia biografía y descubrir sus mejores anécdotas, tales como sus primeros años como escritor, poeta y aventurero, su visita a Cuba durante la revolución, su intento fallido de alistarse en el ejército israelí, su coincidencia con el grupo de los Beatniks en Nueva York a finales de los 50, su accidentada amistad con Phil Spector y sus venturas y desventuras en la grabación de sus discos, si aún después nos
quedamos con ganas de seguir buceando en el universo de este gran personaje,
recomiendo agarrar su primera novela, El
juego favorito. Con ciertos tintes autobiográficos, podremos ir encontrando
las continuas alusiones a su vida sin problemas, rodeadas de otras ficciones.
En una prosa dotada de una gran belleza poética, protagonista de ese toque que
Leonard le da a todo lo que hace.